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Jóvenes Emprendedores - Ep. 18
Por raro que parezca, muchas personas tienen miedo a tener éxito y/o tener dinero. Si indagamos en los rincones de nuestro inconsciente podemos encontrar cientas de razones que nos conducen a ello. Algunas tienen que ver con los ancestros, nuestro árbol o están relacionada con vivencias propias.
Entre algunas de estas conclusiones incluimos esa creencia de que el dinero es malo. Las personas que tienen un gran poder adquisitivo son turbias o lo son sus negocios. En cambio, quienes son pobres reciben la llamada empatía social. Es más, se relaciona incluso con el término humilde, que nada tiene que ver. De hecho existen pobres soberbios y ricos “agachados”.
Realmente el punto está en, qué relación tenemos con él y qué uso le damos. Y no me refiero en qué nos lo gastamos. Existen personas que por el hecho de tener un mejor posicionamiento económico creen que están por encima del bien y del mal. Incluso que pueden llegar a comprar a las personas. Aquí es donde surge esta nueva terminología de sugar mommy o sugar daddy. Pero como existe la noche y el día, existe la otra parte del imán, aquella que se deja comprar. No voy a entrar en lucha de valores, cada cual tiene sus motivos para entrar o no en estas relaciones de poder. Al fin y al cabo, ¿qué está bien y qué está mal?.
Sin embargo, ¿qué ocurre cuando no es lujo sino necesidad?. Me llama la atención cómo el ser humano puede incrementar su valor personal y su poder a través de una herramienta de trueque, que lleva a las personas en posición inferior hacia un sometimiento, o a realizar acciones que no desean por el mero hecho de sobrevivir. Todo esto me lleva a recordar a aquella figura de “La bailarina de Degas” que representaba como las niñas pobres de una compañía de ballet eran obligadas a prostituirse para mantener las financiaciones de los ricos.
Podriamos utilizar nuestros recursos para llevar a cabo buenas acciones y dejar tras de nosotros un mundo mejor. Sin embargo, predomina la soberbia o la altanería de aquellos que piensan que el dinero todo lo puede comprar, incluso el amor. Son aquellas mismas personas que terminan agonizando en una cama de hospital preguntándose porqué mueren solos. Y es que en la vida nos llevamos lo que hemos vivido y cómo hemos hecho y nos han hecho sentir los demás.
Por cursi que suene, la verdad es que el amor sigue siendo la potencia mundial, pues es la que mueve fronteras y promulga cambios reales. Al fin y al cabo cuando alguien conoce su valor y sus valores, no se deja comprar con nada ni por nadie. Porque al fin y al cabo no estás ganando, sino te estás perdiendo. A ti y a tu amor propio.
Escrito por Raquel Valle
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