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La carta que no te envié

today27 septiembre, 2023 34 96

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Entre el fuego de la cocina y la copa de vino aterrizaba una noche más un mensaje en el teléfono. Me trasportaba a tiempos pasados, donde en la inconsciencia de una adolescencia incontrolada, escapaba por la ventana de casa para ir a un encuentro. La luna había sido testigo de todas aquellas noches que el GPS había dejado de hacer falta. Conocía ya la ruta y hasta el número de baches hasta llegar a su casa.  Los perros habían sustituido los ladridos por saludos. Mientras, la iluminación del porche se encendía, pero la luz de su sonrisa iluminaba toda la ciudad.
La película se reproducía entre pizza barbacoa. Un último trozo quedaba a medias sellado por un mordisco. Él prefería comenzar a clavar sus dientes sobre mis labios. Me acerca hacia su lado del sofá y me acurruca. Siento el latir de un corazón tan roto como el mío, que funciona por tramos. Comienza a besar mis tatuajes, todos, hasta los que no están hechos con su letra.
— Está usted secuestrada. — Se incorpora del sillón y me lleva en brazos al dormitorio. Continuará.
El frío comenzaba a ser el actor principal de aquellas noches de septiembre. Mientras, al otro lado de la cama, se encuentra su torso desnudo y moteado con los recuerdos del sol. Entorna la mirada, decorada con ojeras que se acogen a su derecho a no declarar. Entonces acaricia uno de los mechones de mi cabello y cierra nuevamente los ojos, despidiéndose con un beso en la frente. Me dejo caer durante otra noche en la clandestinidad de sus brazos y de un amor que no se encuentra aún en su punto de cocción. Nos comportamos como yoyós que vienen y van por el sentido de la inercia y el deseo entre la medianoche.
En aquellas horas de desvelo, acaricio con la yema de los dedos cada rincón de su espalda. Haciendo hincapié en recorrer en sentido circular su tatuaje azteca. Él y la tinta emanaban un tono enigmático que forjaba el reflejo su propia identidad. Un carácter, que para nada compaginaba con el mío.
La última vez que le vi me dedicó su sonrisa a través del espejo mientras nos cepillábamos los dientes. Minutos más tardes desapareció de mi vida a la velocidad de su moto. Al menos fue el único que reunió el suficiente coraje para no huir de mi pasado. Tenía la suficiente confianza para saber que el momento no era el ahora, al menos, para ambos. También para creer que nuestra relación no se enfriaría, como la pizza restante que había quedado sobre la mesa del salón durante la noche anterior.
Decidimos escribir un punto y aparte en nuestra historia. La distancia y el tiempo darían la respuesta a la ecuación. Sin embargo, él seguía apareciéndose por cada esquina del dividendo, no pudiendo dejar de observar al divisor y sus historias de instagram.
Su comportamiento era algo parecido al de una alarma de móvil que se pospone. No se llegaba a apagar del todo. Aparecía el aviso de notificación en la pantalla, para recordarme que volvería dentro de unos minutos, o quizás unos meses.
Lo que no sabíamos era si el fin de todo aquello era despertar o seguir viviendo en sueños.
Él había sembrado una certeza en la que yo no había puesto atención. Merecía un amor completo. Merecía más, mucho más. Había pasado por mi vida para recordarme la fugacidad de las personas y la consolidación de los aprendizajes. El desapego, y que, cuando algo es para ti, te encuentra.

Escrito por Raquel Valle

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