He leído un artículo con ese título escrito por #Jaume #Vives en El Debate. Trata de un tema, desgraciadamente bastante frecuente: la #pornografía y sus efectos.
Al terminar el artículo, te quedas pensativo sobre la dureza de la historia que se narra. Se trata de un chico que va creciendo y progresivamente aumenta el consumo de la pornografía. Como es lógico, su vida se va deteriorando hasta extremos insospechables.
A continuación extraigo algunas ideas, textuales y al final pondré el enlace para que se pueda leer el artículo completo.
“Te pareció buena idea comprarle un móvil cuando tenía #siete años. Así podía llamarte si le ocurría algo. A los #ocho, toleraste sin demasiados aspavientos que comenzara a consumir pornografía. No te hacía demasiada gracia, pero ya se sabe que estas cosas son inevitables. Es la edad en que muchos niños empiezan a descubrir esas cosas…
(…) Con #quince empezó a salir con chicas y tu consejo fue que tomara precauciones y que, por descontado, ella lo consintiera…
(…) A los #diecinueve años, tu mayor miedo era que dejara embarazada a una niña y que se pusiera al volante con unas copas de más…
(…) Ahora se ha convertido en una #máquina #sexual: se masturba compulsivamente, consume #pornografía cada vez más salvaje…
(…) A los veinticinco, todo sigue igual, de flor en flor, aunque, esta polinización, lejos de darle vida, parece que se la roba, pues cada vez está más triste, más apagado, menos vivo…
El último párrafo del artículo es: “El enfermo sexual –y ya se cuentan por cientos de miles–, haría lo impensable para obtener un placer que cada vez requiere mayor imaginación, innovación y transgresión. El ídolo que construyó en la infancia y la juventud ahora le reclama hasta la última gota de su esperma. Y se la seguirá reclamando mientras viva. Eso tienen los ídolos, que, a diferencia de Dios, son insaciables, nunca tienen suficiente”.
(…) Leer el artículo completo aquí
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